My tears are like the quiet drift of petals from some magic rose and all my grief flows from the rift of unremembered skies and snows. I think that if I touched the earth, it would crumble; It is so sad and beautiful, so tremulously like a dream ....(Dylan Thomas)

Wednesday, February 28, 2007

Feliz cumpleaños, Princesa!!


Wednesday, February 14, 2007

... y el boleto?


Echo de menos las micros de antaño. No las amarillas, esos engendros que nos cambiaron el paisaje para siempre, sino aquellas multicolores de antes (sí: aunque no lo crean algun@s, hubo tiempos anteriores a las micros amarillas); verdaderos mercados persas ambulantes donde era posible leer un clásico “Dios es mi copiloto” junto a una calcomanía que mostraba una tuerca escapando de un perno mientras dice “No, por favor, sin aceite no”. Lo mismo se podía ver un cangrejo en la palanca de cambios como brotar una virgen de la guantera.


El primer cambio (y quizás el único cambio verdadero en la historia de nuestro transporte urbano) fue cuando me cambiaron la noble “Las Condes 50” por un aparato amarillo con el número 419. Díganme que no. ¿Qué santiaguino de mi edad podría decir que no recuerda el conejito que adornaba la innumerable flota “Pedro de Valdivia Blanqueado”? … ¿Cómo olvidar la insigne “Matadero Palma” o la famosa “Ovalle Negrete”?


¿Lo de ahora?... salvo algunos buses articulados (la estrella en esta especie de Sit Com llamada Transantiago), no es otra cosa que cambiar el uniformado amarillo por otros colores (un poco de creatividad, por lo menos) y añadirle una maquinita que dicen que funciona con el fetiche de nuestros tiempos: la tarjeta de prepago. La misma mierda con distintas moscas, en buen chileno. Con el agregado de que ahora hay que hacer uno o dos transbordos para llegar a destino.


En todo caso no es tan malo. Es decir, no me fue tan mal como a otros. Mis tiempos de viaje se han visto incrementados en unos 10 minutos en promedio. Nada, comparado con lo que demora un obrero de la construcción desde su hogar en La Pintana hasta su trabajo en Las Condes.

El mayor problema que veo es que lo poco que escribo, lo hacía sentado con relativa comodidad durante los trayectos hacia y desde mi trabajo. Ahora debo viajar de pie. No puedo escribir. Y qué decir de nuestros separadores de lectura improvisados: los boletos, que ahora los borraron del mapa. ¿Habrán reparado las autoridades en el daño que hacen a las ya paupérrimas cifras de lectura en Chile?. Uno puede leer de pie; con algunas interrupciones (frenadas, curvas), pero es posible. Ahora ¿cómo diablos puedo saber dónde interrumpo mi lectura? Y no me vengan con eso de doblar la hoja: prefiero tener que releer dos o tres páginas antes que estropear un libro de esa manera. Echo de menos las micros de antaño.