My tears are like the quiet drift of petals from some magic rose and all my grief flows from the rift of unremembered skies and snows. I think that if I touched the earth, it would crumble; It is so sad and beautiful, so tremulously like a dream ....(Dylan Thomas)

Monday, August 07, 2006

Unas pocas Lihneas para el Maestro.


Corría 1988. Entonces éramos unos simples “mechones” (así se llama a los alumnos de primer año en la Universidad de Chile) algo tímidos que recién comenzábamos a conocer los recovecos de la Escuela de Ingeniería (hoy en el frontis dice “InJeniería”). El viejo edificio se alzaba, hostil, lleno de historia y promesas de sufrimiento con los cálculos y las mecánicas; pletórico de leyendas acerca de personajes casi carrolianos, algunos de ellos –como el loco Vicente que se paseaba con un chaleco reflectante- todavía eran divisables por esos patios exactos, como los llamó un poeta de la época.

Por esos días también era posible toparse con el viejo Nicanor en algún pasillo, cargando su enorme bolso de cuero y casi siempre dispuesto a detenerse a charlar con alguno de sus alumnos o cualquier desconocido a quien saludaba cortésmente como si lo conociera de toda la vida.

En ese escenario que mucho tenía de intimidante algo faltaba, sin que yo lo supiera. Una enorme ausencia se haría muy patente con el tiempo: Enrique Lihn. No alcancé, muy lamentablemente, a conocerlo.

Lihn, junto a Parra y un puñado de intelectuales de primera línea conformaban ese extrañísimo experimento de sembrar flores en el desierto que fue el Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Una rara conjunción de hechos hizo que ellos se desempeñaran donde teóricamente pudieran hacer menos daño a la dictadura. Enrique Lihn moriría ese mismo año y con ello (tal vez eso, o el fin del régimen de Pinochet, o simplemente la casualidad) comenzó la decadencia del DEH.

Con el tiempo fui descubriendo la obra de este poeta. Lo primero que leí de él fue un ejemplar de “A partir de Manhattan” que me prestó un compañero algo adelantado en lecturas. Entre esos poemas, encontré varios de los que hoy son mis favoritos:

NUNCA SALÍ DEL HORROROSO CHILE

Nunca salí del horroroso Chile
mis viajes que no son imaginarios
tardíos sí - momentos de un momento -
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso
Nunca salí del habla que el Liceo Alemán
me inflingió en sus dos patios como en un regimiento
mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible

Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor:
el miedo de perder con la lengua materna
toda la realidad. Nunca salí de nada.


Hoy puedo decir que he leído casi toda su obra en verso. Y la releo. Y me vuelvo a sorprender con esa poética que se cuestiona a sí misma y se anula una y otra vez. Con su juego autor – hablante – lector. Sus reflexiones acerca de la obsolescencia del lenguaje, eso que nos hace sentir que el idioma, cargado de significados apócrifos a lo largo de su historia, ya no da más: simplemente se gastó, reduciendo la poesía al simple juego de palabras de una inutilidad sublime:

Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos
los trabajadores de este mundo y del otro
pero es tan necesario vegetar

(“Mester de juglaría”)

Poeta confinado a su mundo, prisionero de una lengua a la que reconoce limitada, insuficiente y venida a menos, el poeta nos da instantáneas de un universo que se deforma en el espejo, como una especie de corresponsal en los mundos de Alicia. Se reconoce y reniega de sí mismo, se mofa, se ríe. Se inmola en nombre de las generaciones venideras. Aún en un poema de amor es capaz de llevar sus dudas y temores:

Te quiero, qué comienzo,
peor es tragar saliva

(“A Franci”)

Injustamente postergado, quizás también como Teillier (ninguno de los dos recibió el Premio Nacional, lo que francamente no dice mucho, dado el ignominioso historial de omisiones del premio), a Lihn recién se le ha comenzado a estudiar hace algunos años. Y su influencia se nota en los versos de vates que recién tienen uno o dos libros a su haber.

¿Merecimos los chilenos tener a Enrique Lihn?, se preguntaba por ahí Roberto Bolaño. Cabría preguntarse también: ¿merecemos quienes escribimos poesía el sacrificio de Lihn?.

La respuesta recién se está escribiendo.