My tears are like the quiet drift of petals from some magic rose and all my grief flows from the rift of unremembered skies and snows. I think that if I touched the earth, it would crumble; It is so sad and beautiful, so tremulously like a dream ....(Dylan Thomas)

Tuesday, September 02, 2008

S/T dos

Ahí por ejemplo se ve
un racimo -cluster- de fachadas indefensas
de cara al sol y la paradoja de algunas esquinas
en posición expectante, creo

Abajo la calle tartamudea

Entregado a la acción de rodar
en ángulos inconclusos o casi desconocidos:
bandejón, acera, poste, semáforo
que uno puede ir nombrando al pasar
como podría también ir resolviendo un crucigrama
hacer girar un viejo viumáster
lamer un cubo de hielo
o intentar escribir un poema
que podría ser éste, no sé.

Friday, March 28, 2008

Parque nacional Torres del Paine - febrero 2008

Ñandúes

Vista de los Cuernos desde lago Pehoe



Base de las Torres




Lago Grey



Tuesday, March 25, 2008

De probabilidades, arbolitos y otras yerbas

Tiempo de tallar, en palabras de Pound. Llevo algunos meses sin escribir un solo verso decente. He aprovechado, claro, de revisar lo ya escrito y corregir por enésima vez los mismos poemas. Que un sinónimo aquí, que cortar un verso acá, leer en voz alta y todo ese etcétera que conocemos. También he vuelto a la lectura y, si bien nunca dejo de leer poesía, las incontables ferias del libro –usado, nuevo- del verano engrosaron en mi biblioteca la sección de “novelas por leer”, que una a una (es un decir, pues soy un promiscuo irremediable en esto de las lecturas) han ido dejando su poco deseable lugar. En lo que va del año, llevo la nada despreciable cantidad de seis novelas leídas. Libros buenos y malos. Best sellers y Worst sellers. De autores chilenos,más o menos chilensis y derechamente extranjeros. Vamos por orden más o menos cronológico.


“Los detectives salvajes”, Roberto Bolaño. Mucho había escuchado de Bolaño. Leí varios artículos suyos en Las Últimas Noticias allá por el año 2000, pero estaba tan preocupado de la podesida que injustamente pensaba que el hombre era otro bluff literario. Más si se piensa que después de su muerte la piratería lo llevó a ser ofrecido a viva voz en la cuneta, poniéndolo a la par de los Harry Potter y libros de autoayuda de todas las razas posibles. No fue sino hasta fines del año pasado que me animé a abrir “Putas Asesinas”, volumen que para variar dormía en mi biblioteca esperando su oportunidad. Ahí me entró firme el bichito. Invertí $12.000, más o menos, en “Los detectives…” sabiendo que me encontraría con algo más que una novela policial que ingenuamente pensaba era este volumen, a juzgar por el título. Descubrí entonces la prosa de R.B. en todo su esplendor. Entre sus 600 y tantas páginas no sobra una sola. Prosa sólida, con un ritmo avasallador que no te suelta ni por un minuto, llena de recovecos, texturas y referencias literarias para iniciados y no tanto. Sin exagerar, es un libro que todo poeta debería leer. Narra las aventuras de Ulises Lima y Arturo Belano, poetas exponentes del autodenominado “Realismo Visceral”, junto a un puñado de “real visceralistas” (sic). En un despliegue de oficio incomparable, desfilan en sus tres partes un número insólito de hablantes, personajes, lugares y tiempos con una atmósfera a ratos emparentada con la estética beatnik, un criterioso uso del argot mexicano y varias frases para el bronce que resultan por lo demás muy citables. Lo leería otra vez hoy mismo, de no ser porque ahora voy por “2666”.


“Bonsai” y “La vida privada de los árboles”, Alejandro Zambra. No debe ser fácil que te publiquen en Anagrama. Menos si vas, apenas pasando los 30 y desde un país en el culo del mundo, con tu primera novela que acaso “novela” pueda sonar grandilocuente. Un caramelo, pensé, por lo exiguo del segundo libro, de apenas ciento y tantas páginas con letras bastante grandes. Comencé por “La vida…” por tres motivos: uno, bastante obvio, porque era el que vi en los estantes de un stand de la feria del libro del parque forestal. El segundo, porque conozco (y es uno de mis favoritos) el poema de Anwandter que comienza con los versos “Como la vida privada de los árboles / o de los náufragos”. Y tres, porque a Zambra lo he seguido en sus comentarios en –oh, coincidencia- Las Últimas Noticias. Abro paréntesis: qué extraño resulta constatar que las columnas de cultura de LUN son como flores en el desierto: entre tanta crónica de eso que llaman farándula, realities, policiales y titulares que se refieren al people meter, hay, aunque no se crea, algo que no alcanza a ser media página dedicado a la gente que piensa un poco (Sanhueza, Collyer, et al) que justifica el desayuno en la bencinera, junto al que te regalan el diario. Cierro paréntesis. Lo de Zambra es la historia casi silenciosa que te va envolviendo, la economía de palabras en el mejor sentido de la expresión. Igual que en un Bonsai, se nota en su minúscula extensión el trabajo que lleva, todo pulcritud, todo perfección. Un regalo para los ojos y la mente: un verdadero agrado.


“La poetisa desnuda”, María Angélica Blanco. La primera idea que a uno le queda es que se trata de otro libro escrito por una mujer con un detalle de Gustav Klimt en su portada como anunciando un monumento al lugar común. Claro que existe la posibilidad de equivocarse (recuerdo sin pensar mucho una notable antología de la poeta tica Ana Istarú que lleva a Klimt en su portada), pero en este caso la vara me la habían dejado muy alta mis lecturas inmediatamente anteriores. Una buena historia, bien redactada, pero a mi juicio sólo eso: bien redactada. Las notas intertextuales aparecen fuera de contexto y demasiado rumiadas previamente, como dirigidas a un lector remolón; es como si a toda costa se quisiera meter a presión a Borges y un par más. Para peor, el / la hablante vuelve una y otra vez sobre ideas que se verían mejor si sólo fueran sugeridas; me recordó en eso a alguno de esos textos infumables de la Isabel Allende. De todos modos, con buena voluntad, el libro logró entretenerme a ratos.


“El teorema”, Adam Fawer. Es el arquetipo del Best seller gringo escrito pensando en una fácil adaptación al cine. Pero igual hay algo más, dejando de lado la disparatada trama de científicos locos, agentes secretos, mafia rusa, bombazos y sangre a granel. Rápidamente: David Caine, ex profesor de estadística, chalado por las probabilidades y jugador compulsivo, se somete a un tratamiento con medicamentos en prueba para curar su epilepsia, que como efecto colateral hace que logre ver el futuro. Junto a su hermano esquizofrénico y una ex agente de la KGB y de la CIA deben huir de cuanto maleante uno pueda imaginar, ayudados por su extraordinario nuevo don. El autor –a la sazón matemático, y se le nota- se da tiempo para dar de modo bastante didáctico un paseo por las principales ideas de la estadística y la mecánica cuántica, sin que resulte una lata, al menos para el lector iniciado (en mi caso, con formación de ingeniero). Me resultó entretenido: se van rápido sus casi 400 páginas y, lo más importante, la inclusión de temas científicos resulta, ante todo, creíble. Cosa nada fácil de lograr. El verdadero conflicto se genera por la contraposición del concepto de “demonio” laplaciano, con el principio de incertidumbre de Heisenberg. Determinismo versus azar. Me queda eso sí la duda de si resutará entretenido para quien no esté familiarizado con las llamadas ciencias exactas.


“La vanidad de los Duluoz”, Jack Kerouac. No ayuda a engrandecer la obra del viejo Jack, sino sólo a complementarla. En la forma de carta a su “mujercita”, el texto relata los años mozos del autor, logrando quizá una mejor comprensión de los orígenes de Kerouac – escritor y, por supuesto, de la beat generation. No sé si por efecto de la traducción (no lo creo), el tono de la narración se siente alejada de las notas de jazz de otras novelas como En el camino o el maravilloso Big Sur. Pero de todos modos Kerouac es Kerouac, qué diablos. Se le perdona y también se le agradece.


Eso por ahora. Próximamente un nuevo despacho. Todavía quedan libros en mi sección de “novelas por leer”.

Monday, June 18, 2007

Sin título

Uno puede de repente andar por ahí
qué sé yo: en el centro,
viendo todo como a través de una pantalla
con esa sensación de ser el único
que no entendió el chiste

entonces uno cree que las cosas
pueden volver a ser como
cuando amapolaban las luces del día
y uno podía pasar la tarde
e n u n o m i s m a d o
sorbiendo la vida lentamente
y mirar hacia arriba sin pensar en nada especial

uno piensa que en el fondo
todo eso está ahí, al alcance de la mano
y sonríe, uno
con la misma cara de imbécil.

Tuesday, March 06, 2007

EJERCICIO

Escriba un poema en no más de veinte versos
que hable sobre la inmortalidad del cangrejo
o sobre las fiestas típicas de la zona fronteriza de Sri Lanka
que para el caso es lo mismo –o casi
que sus silencios sean elocuentes
que comience con un endecasílabo sáfico
que use sinestesia hipérbole anáfora
sinalefa tarántula hidrólisis
que sea sencillo directo
complejo meditabundo jurásico
sin lugares comunes
sin metáforas rebuscadas
sin parafrasear a los mismos de siempre
sin demasiado adjetivo, carajo!!
no describa no rime no explique no piense no
repita no llore no fume no escupa
no eructe no no mejor no diga nada enróllelo y métaselo en el culo.

Wednesday, February 28, 2007

Feliz cumpleaños, Princesa!!


Wednesday, February 14, 2007

... y el boleto?


Echo de menos las micros de antaño. No las amarillas, esos engendros que nos cambiaron el paisaje para siempre, sino aquellas multicolores de antes (sí: aunque no lo crean algun@s, hubo tiempos anteriores a las micros amarillas); verdaderos mercados persas ambulantes donde era posible leer un clásico “Dios es mi copiloto” junto a una calcomanía que mostraba una tuerca escapando de un perno mientras dice “No, por favor, sin aceite no”. Lo mismo se podía ver un cangrejo en la palanca de cambios como brotar una virgen de la guantera.


El primer cambio (y quizás el único cambio verdadero en la historia de nuestro transporte urbano) fue cuando me cambiaron la noble “Las Condes 50” por un aparato amarillo con el número 419. Díganme que no. ¿Qué santiaguino de mi edad podría decir que no recuerda el conejito que adornaba la innumerable flota “Pedro de Valdivia Blanqueado”? … ¿Cómo olvidar la insigne “Matadero Palma” o la famosa “Ovalle Negrete”?


¿Lo de ahora?... salvo algunos buses articulados (la estrella en esta especie de Sit Com llamada Transantiago), no es otra cosa que cambiar el uniformado amarillo por otros colores (un poco de creatividad, por lo menos) y añadirle una maquinita que dicen que funciona con el fetiche de nuestros tiempos: la tarjeta de prepago. La misma mierda con distintas moscas, en buen chileno. Con el agregado de que ahora hay que hacer uno o dos transbordos para llegar a destino.


En todo caso no es tan malo. Es decir, no me fue tan mal como a otros. Mis tiempos de viaje se han visto incrementados en unos 10 minutos en promedio. Nada, comparado con lo que demora un obrero de la construcción desde su hogar en La Pintana hasta su trabajo en Las Condes.

El mayor problema que veo es que lo poco que escribo, lo hacía sentado con relativa comodidad durante los trayectos hacia y desde mi trabajo. Ahora debo viajar de pie. No puedo escribir. Y qué decir de nuestros separadores de lectura improvisados: los boletos, que ahora los borraron del mapa. ¿Habrán reparado las autoridades en el daño que hacen a las ya paupérrimas cifras de lectura en Chile?. Uno puede leer de pie; con algunas interrupciones (frenadas, curvas), pero es posible. Ahora ¿cómo diablos puedo saber dónde interrumpo mi lectura? Y no me vengan con eso de doblar la hoja: prefiero tener que releer dos o tres páginas antes que estropear un libro de esa manera. Echo de menos las micros de antaño.